Fluidez congénita




Estación estival que todo lo ralentiza, las horas, los minutos, la respiración... todo para seguir la marcha incesante de esta época que es asfixiante durante el día e interminable durante las noches.

Mi mirada vuelve a ese rincón verde, donde los haces de luces se perfilan a través de la vegetación, donde los animales acaparan nuestros oídos y donde los sentidos son mucho más que cinco. Frescor, paz, regocijo, vitalidad.... realmente es el paraíso, es estar en la verdadera vida que olvidamos durante el resto del año, que sustituimos por edificios, tráfico, prisas y gentes. 

Ese rincón, tan especial y espiritual, es mágico. Fluye energía positiva y renueva tus sentimientos de sentirte viva, de poder con todo, de ser algo más que una persona, pero a la vez, encontrarte tan insignificante ante tanta grandeza, ante tanta naturalidad, ante tanta sencillez y transparencia.

Ese lugar sin mecanizar ni digitalizado, sin aplicaciones informáticas que lo controlen ni organicen, donde los amigos no se aceptan, ni te gustan, ni a nadie le importa qué opines o de qué parte estás.

Ese espacio donde todo se mueve constantemente, sin pausa pero sin prisa, donde todo es complemento de todo, donde la actividad y el comportamiento de cada uno influye en los demás, donde no somos nadie sin los demás, donde la armonía se respira y se palpa con nuestras lánguidas y flácidas manos. Donde tú y yo no somos dos, somos todo, somos el universo impulsado por el latir de la naturaleza, aquella que muestra sus entrañas con la delicadeza y belleza de sentirse magna y poderosa.



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