Playa Pico del Loro (Huelva)



Pequeños granitos de arena blancos, transparentes, acaramelados...resbalan entre los dedos de una niña. 
Niña de mirada inocente, tal vez hasta ingenua pero con curiosidad tatuada en cada uno de sus gestos faciales. Ojos vivaces recorren todo a su alrededor, tiene sed de saber... saber qué tiene el mar, qué hay debajo de esa arena con la que juguetea, qué hace una concha en medio de la playa.... Imagina constantemente un mundo inimaginable, con seres animados creados por neuronas pueriles. Historias que se le antoja siempre con un final feliz, donde ella es la protagonista porque es la narradora.
A veces esa mirada se queda hipnotizada, en la lejanía del mar, donde están esas olas constantes y armoniosas, el infinito visto desde la limitación de unas pupilas serenas. Es cuando se entra en trance, nada se piensa, nada hace daño, nada perturba... simplemente pasan los minutos y ella está inmune a la realidad.
Atardeceres embrujados y refrescantes después del solazo brillante de todo el día, brisa marina que cala la piel y hace que nos cubramos con una rebeca que mamá, protectora como siempre, echó en su maletita .
Se sienta junto a su abuelo, para ella el más enigmático que conoce porque escribe poesías en las reuniones familiares y sabe escribir a máquina. Le cuenta historias increíbles mientras comen pipas  y  juegan al parchis, aunque haga trampas con sus dedos temblorosos, algo que nunca llegó a reconocer pero que le hacía reír de forma burlesca ante dicha osadía. Ese abuelo, aquél que un tranvía le cortó su pierna pero que dejó con nosotros la mejor parte de su cuerpo, su corazón... Tan familiar como él solo. Solidario y protector, pero sobre todo un buen padre y abuelo. Entrañable para aquella niña que le miraba ensimismada como a un héroe. Todas las tardes la misma rutina, pero lo mejor llegaba por la noche. La arena se helaba para sus piesecillos y marcaba la hora de irse a dormir. En aquella caseta con la puerta abierta, su cansancio se desvanecía mirando las estrellas, pensando en mundos fantásticos mientras los ojillos se iban cerrando sin hacer ruido, sin alterar esas historias que llenaban su mente porque esa niña siempre fue una soñadora.
Hoy esa niña con cuerpo de mujer, sigue siendo una soñadora, pero no de historias fantásticas sino de historias reales porque ha conseguido encontrar la pócima para poder vivir y hacer realidad sus sueños.
Sueños que comparte con todos aquellos que la aman. La aman y la hacen feliz.



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