Atardeceres de confesiones.









Ahora que el tiempo cambia, bajan las temperaturas, las calles se inundan de hojas y el cielo se vuelve más difuminado, es cuando llegan a mí, las confesiones de mi corazón.
Ese músculo que en más de una vez, me juega malas pasadas, que a veces me ralentiza y, otras, me acelera sin aparente motivo físico.... Ese órgano que se mueve al son de los sentimientos y que nos confiesa mediante punzadas de morse para que descifremos, unas veces antes, y otras después, ese mensaje encriptado pero que llega desde el lugar más profundo de nuestro cuerpo perfecto.

Hoy, justo cuando el otoño hace su entrada sigilosamente, este corazón me ha revelado más claramente que nunca, cómo me encuentro por dentro. Ha sido en mensaje que ha llego con el frescor húmedo de las primera gotas otoñales, utilizando como trasporte ese viento que es antesala de las primeras lluvias y que nos estremece poniéndonos los vellos de punta.
Extraordinario como él mismo, enigma solucionado de forma natural y visionado por mi mente, despertándola de sus quehaceres rutinarios, despertar en el atardecer que me emociona en cada rincón de mi ser. 

El sentimiento más esencial, anhelado, deseado, buscado y perseguido, mal de muchos y felicidad de otros tantos... el amor.... Hoy puedo decir que mi corazón está lleno de amor, de forma completa y serena, con consciencia y consecuencia, algo que sin buscarlo ni desearlo, llegó a mi vida de forma suave, cocido a fuego lento en mis entrañas, hasta convertirse en el complemento ideal en mi vida.

Doy mil gracias por sentir, vivir y disfrutar de él, con tan poco pero con tanta derrochadora plenitud existencial dentro del latir de este pequeño corazón. 
El atardecer, más que nunca, es amanecer de una nueva vida, llena de emoción y sentimientos renovados, conquistados elemento a elemento, ordenando nuestra rutina y embelleciendo todo aquello que nos rodea. Bienvenido sea este atardecer.

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