Amores de verano

Llega, por fin, el verano. Anhelo de mi espíritu y de mi ansiedad. Siempre me he sentido mejor cuando las tardes invaden las horas nocturnas y éstas son claras, sosegadas y cálidas...incitadoras de amores escondidos en rincones apartados de nuestra existencia.

Una vez más, mi imaginación vuela en el cielo estrellado, sin nada que la detenga, ni siquiera el sueño reparador de una larga jornada laboral. Sueña...no...no sueña, revive intensamente aquellos encuentros furtivos a horas introspectivas... donde la pasión y el deseo enmarcan las siluetas sin dejar pasar ni una molécula más en la escena. Protagonistas de la noche, nada importa sino la respiración, el tacto y las sensibilidades despertadas dulcemente con cada acaricia.

Esa noche donde las copas se derretían sin alegría, olvidadas por nuestra ternura entregada en satisfacer al otro, nada hace perturbar nuestros deseos, nada preocupa en esos instantes, nada nos ata al ambiente nocturno y festivo del fin de semana.

Horas interminables, minutos dilatados por nuestros sentidos...nada hace presagiar que llegará el momento de despedirnos...de romper con la magia...de volver a encerrar a esos deseos condenados a priori por su diferencia con los cánones de la sociedad...¿Por qué tenerlos cautivos? La respuesta retumba en mi mente, los labios no quieren hablar, no quieren pronunciar las palabras hirientes que la componen, no quieren aceptar los motivos ni las causas... Si todo fuera más fácil... si todo se aceptara tal y como viene, sin cuestionarse trivialidades ni probabilidades matemáticas...solo nuestros sentimientos, solos tú y yo... Que descanso sería para mi alma... sería la libertad de mi esclavitud, la concesión de vivir con la felicidad de la mano, con el amor de mi vida y con el corazón ardiendo por vivir escenas cotidianas de la vida... ¡qué diferente sería todo!

Sin embargo, bajo a ras del suelo y me contemplo... esta soy yo, con mis defectos y virtudes, tan normal como cualquiera otra pero sabiendo que un día rocé el cielo con la punta de mis dedos y cuando empecé a saborear sus mieles, todo se desvaneció y me devolvió a la realidad.

Feliz por unos instantes...y feliz por haberlo vivido... feliz porque sigo reviviendo cada verano, esa historia de amor que me engrandeció y que logró sacar todo lo mejor de mi.
¡Qué suerte he tenido!



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