Batallas descomunales

Las entrañas sufren cuando se reprochan a sí mismas cuán estúpidas fueron, cuán desatinadas y cuán dislocadas se comportaron. Nadie mejor que ellas saben lo que pasó por todo tu cuerpo y por toda tu mente.
Una y otra vez juraron y perjuraron que no volvería a caer, y sin embargo nada pudo impedir una y otra vez, caer y recaer, empujadas por los brotes de sentimientos surgidos por cada roce, por cada caricia y por cada beso.
La distancia hacía renacer la sensatez y la cordura, los reproches y la conciencia, batallas descomunales e interminables se debatían internamente camufladas por sonrisas diarias, por documentos redactados y por órdenes laborales.

Si es verdad que el tiempo todo lo borra, debería haberse desdibujado mis batallas neuronales, mis argumentos racionales y mis sentidos pasionales, y sin embargo, basta un sólo minuto que los recuerde para que surjan de nuevo todas las sensaciones de aquellos momentos, de mis discusiones ancestrales y de mis delirios agónicos de querer romper con todo para que por fin la paz llegara a mis ojos y mis labios.
Nada es lo que era.
La razón cabalga triunfante, trayendo sosiego y equilibrio. No quiero más batallas, no quiero más montañas rusas que me hagan perder el rumbo y la capitanía de mi vida.
Se gana o se pierde, tan solo es la perspectiva con que lo mires, así será tu conclusión...por ahora, tan solo quiero pensar que ha ganado la sensatez y que todo fue una oportunidad, un breve espacio de nuestras vidas en donde dos estrellas se encontraron en el universo, chocaron, se besaron y después, cada una siguió su camino. Así de simple.

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