Un día aprendí...

Un día aprendí que se puede amar desde la distancia, solo con tus pensamientos y los recuerdos.

Un día aprendí que la fortaleza puede estar detrás de una sonrisa, de una lágrima y de un beso.

Un día aprendí que la persona que más ha influido en ti, no es la que era, sino la que no está.

Un día aprendí que el partir de una persona no se supera nunca, pero que se aprende a vivir con ello.

Un día aprendí que mi madre me enseñó más cosas de la vida de lo que yo pensaba.

Mi madre, esa mujer que llevó su destino con dignidad y grandeza, un destino predispuesto de antemano, como ama de casa, esposa y madre, que en su momento yo no valoré, lo rechazaba desde mi interior más feminista, pero que ahora, comprendo y elogio en toda su expansión.

Quizá no supe entender todo lo que eso implicaba, ni la extensión que abarcaba; quizás mi corazón rebelde, joven y arrojador no quería entender otros destinos distintos de los que soñaba, anhelaba y ensalzaba. 

Mi imagen de la mujer ideal era esa que es admirada y reconocida profesionalmente, culta, deportista y con vida social en todos los ámbitos. Para mí, quedarse en casa, cuidar al marido y a los hijos, no era mi opción principal. No quiere decir que yo lo descartase, sino que lo aceptaba como algo que tendría que compaginar con mi trabajo, por lo que mi formación profesional era mi prioridad en mi vida.

Quizás la vida me empezó a demostrar que crear una vida familiar estable no era tan fácil, y sin embargo, mi camino hacia mi formación profesional sí iba cuajando, lentamente, pero poco a poco iba consiguiendo mis metas.

Navidad 2013
Para cuando me di cuenta, tenía pareja estable pero mis opciones para ser madre se habían disipado bruscamente y sin esperarlo. Muchas veces, cuando íbamos a conocer a los niños de mis amistades o de familiares, mi madre me decía "ay! cuando tú tengas uno!" y sus ojitos brillaban de ilusión. No supe priorizar el ser madre, algo que desde los 11 años quería que pasara, pero que dejé atrás porque no encontraba el momento idóneo para ello, mandaba la situación económica, profesional, familiar...  Y ahora, recordarlo, me duele... me duele no sólo porque mi madre no haya conocido a mis hijos, sino porque yo misma no los he conocido... y esa espinita, no se puede sacar ya... hay que aprender a vivir con ello.

Aprendí de mi madre a no perder la sonrisa ni siquiera en los momentos difíciles, a disfrutar de pequeños momentos, a que la familia hay que cuidarla, a querer a todos aunque no recibas lo mismo de ellos... No quiere decir que haya adoptado la personalidad de mi madre, sólo que valoro más su forma de ser y que ceder un poco, no es malo... a veces, es mejor vivir tranquila que estar siempre en guerra. 

Aprendí de mi madre el coraje que hay que tener para superar el miedo para salvar a su niño indefenso e inocente aún poniendo su vida en peligro... Una madre que se sorprendió así misma de su propio afán de superación al moldearse y reinventarse para entender el mundo tal y como lo veía mi hermano con autismo, aprendió a luchar por sus derechos y a construir un futuro mejor para él. Una madre que entregó su vida y su razón de ser a sus hijos... una madre que era tan trasparente y espontánea como el fluir de un río.

Aprendí de mi madre que hay que tener mucho valor para tomar decisiones dolorosas cuando se ama a una persona con todo tu corazón y apechugar el resto de tu vida diciéndote que era lo mejor. Mi madre quedó echa un puzzle y supo recomponerse, le costó años, pero consiguió tener ilusión y esperanza en su vida.

Creo que yo también le enseñé a mi madre muchas cosas. Cuando el mundo que conocía mi madre ya no existía, ella se decía que no servía para nada y que no sabía hacer nada, que solo le habían enseñado a limpiar, a cocinar, a llevar una casa y que ahora estaba sola ante el peligro.. .yo le dije que ella era lista e inteligente pero que, hasta ese momento, nadie le había dado la oportunidad de demostrarlo; me empeñé en enseñarle que había mil cosas que hacer; me empeñé a enseñarle el mundo tal y como yo lo veía... 

Navidad 2011
Cada vez que yo tenía que hacer alguna gestión de banco, papeleo, compras, incluso mis inscripciones a las oposiciones, ella se venía conmigo. No sólo así conseguía sacarla de casa, sino que fue aprendiendo que nunca se sabe de todo, que hay que preguntar, que los mostradores de información están para eso, que si no se enteraba a la primera que no le diera vergüenza decir que se lo repitiera, que los papeles no siempre se arreglan a la primera y hay que volver otro día o ir a otro lugar a pedir otro papel, etc. Mi madre empezó a confiar en sí misma... y empezó a coger las riendas de su vida. Yo quiero creer que eso le hizo feliz, aunque nunca realmente hablamos de ello. 

Me han quedado muchas cosas que compartir y que hablar con ella, me hubiera gustado saber si ella estaba orgullosa de mí, si ella sabía que yo la quería y si se sentía querida por mí, si la distancia entre las dos era compensada con las llamadas diarias de teléfonos y por esas visitas relámpagos y breves (aunque frecuentes)... En sus últimos años, cada vez que iba a casa, siempre llegaba cargada de "detallitos" para ella y siempre sacaba tiempo para visitar con ella a la familia, a tapear o a comprar algo de ropa... y eso, me hace creer y quiero creer que sí, que compensó en cierta manera mi marcha de la casa.

Mi madre se marchó dejando una profunda huella en mi alma. Sentimientos encontrados de amor, de pérdida, de desolación, de orfandad... Y pasan los años, y yo vuelvo a recorrer el mismo camino, un año tras otro, y cuando llega la fecha de su aniversario, la angustia se apodera de mí... el bajón lo alcanza todo.


Sigo pensando que se me fue demasiado pronto... que me faltan más llamadas de teléfono, más besos, más risas, más juntas... más de todo.

Un día aprendí que el tiempo pasa y no vuelve.

Un día aprendí cuánto quiero a mi madre... 

Te echo de menos "señorita"... siempre conmigo. 



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